Cuaderno de notas Los trabajos improductivos*
Gerardo Naumann
Esta obra está dedicada a Julieta Bonaiuto de Ana y a Mauro Petrillo que le regalaron años de energía a mi trabajo.
*Hace poco ordené mis trabajos en series, algo así como unidades temáticas. Al hacerlo me sentí como un visitador médico que ordena a sus clientes por barrio. Los trabajos improductivos es parte de la Serie 3 a la que también pertenece El carterista. En ambas piezas trabajé alrededor de la idea de apropiación, la idea de qué hacer con cosas que tomamos de otros. Hay algunas menciones al proceso de trabajo de El Carterista en estas notas. Las obras dialogan entre sí de manera bastante misteriosa.
Mis procesos de trabajo tienen varias etapas. La primera es confusa, incierta. Está habitada por ideas vagas, trazos para posibles recorridos, algunos conceptos, una única actitud: la de dejar entrar. En esa etapa estoy siempre solo y observo todo.
La segunda se caracteriza por una leve tendencia al orden, a empezar a sacar lo que está demás, a diseñar un primer plan de acción. En este tiempo hay una o dos personas. La pieza está en potencia. La tercera, es de ejecución y producción. Tiene forma de mirada distante y trabajo grupal y sólo pienso en la concentración.
Estas notas pertenecen en parte a la primera y en parte, a la segunda etapa de trabajo.
2014
En Marsella con El trabajo industrial. Me manda un mail Rodrigo si quiero ir a almorzar a su casa en Montpellier. Le digo que sí. En el tren. El ritmo de lo mecánico, de lo estudiado. Lo estudiado puede asumir el riesgo de la velocidad. Hay velocidad porque hay un plan. Las vías son el plan. A las 16:43 vamos a llegar a Montpellier. Pasa un tipo vendiendo gaseosas. Él no sabe cuántas gaseosas va a vender cuando llegue al final del vagón. Distintas formas del plan. Pienso en la forma del plan perfecto. Una obra con forma de plan. Una obra como un mapa, como ir pisando un mapa.
En la casa de Rodrigo. Le cuento que pienso en una obra en la que cinco ladrones exponen y discuten un plan para robar el banco que está enfrente del teatro. Fotos, maquetas, planilla, cigarrillos y música. Cortamos fetas de una pata de jamón.
2015
12 de marzo.
Días en la biblioteca nacional. Enfrente mío, en diagonal, se sienta una mujer. Usa saquito y bufandita. Todo en colores pasteles. Lee el diario o las revistas y hace mínimas siestas sentada a la mesa. Un día, mientras dormita, le saco una foto y varios días después le saco otra. Le robo la imagen. Busco la foto en mi compu, pero no la encuentro. La dibujo.


30 de julio.
Miro fotos de Polonia, del tiempo de cuando montaba Trabajadores saliendo de la fábrica. Encuentro unas de dos tipos que juegan al badmington (¿se escribe así? 4 años sin internet ya). Las tres fotos parecen sacadas en el mismo lugar, pero ellos podrían no estar jugando el uno contra el otro, podrían ser incluso lugares distintos. La tercer foto desmiente eso, pero también eso podría ser parte de un plan. El montaje como creación de ilusión. El ladrón como montajista. Cortar sí, pero ¿cuándo?
22 de octubre.
En El carterista las voces de los actores viajan por satélite y son reproducidas por los actores en la vereda. Todo es promo, todo es barato, todo es regalado, afanado. El afano como regalo, el regalo como afano. No dejarse regalar nada.
25 de octubre.
Un grupo rebelde entra a un teatro en Chechenia en el 2002. Interrumpen la función, toman a 600 personas como rehenes y tienen al mundo en vilo durante una semana. En las fotos, el momento en el que suben al escenario. Por un momento los actores, creen que lo que sucede es parte de la ficción. La forma del asalto es ficcional. El asalto no es contínuo con lo real.




12 de noviembre.
Trabajo para el carterista. Voy a toc toc y pido sacar fotos desde atrás del escenario. Le saco primero a los actores. Todos miran un centro. Cómo en el deporte, no hay afuera. El centro convoca.
Los técnicos me muestran un agujerito por el que espían a los espectadores. Miro a las personas. El espectador parece encorsetado. El espectador como personaje. El atrapado, el cautivo. El cautivo mirando actores que miran un centro. Las personas van al teatro a ver personas concentradas. A ver personas mirando un centro.
Durante un robo no hay afuera. El ladrón como creador de un centro. Una obra que parezca sin centro, aunque esto en realidad no existe.


2016
26 de abril.
Se confirma la producción de la obra. Título provisorio El asalto. Tomar un espacio por asalto. Pienso en esta idea. Importa menos que me gusta, que el sentirme asaltado por la idea. No, a las ideas que me gusten. Sí, a las que me asalten.
3 de mayo.
El casting. Podría dar con un ladrón si me dejase asaltar y durante el asalto convenciese al asaltante de que nos empecemos a encontrar para ensayar. Me deberían devolver lo que me quitaron, o les desontaría el costo de esos objetos, -usados-, de sus honorarios por ensayos.
5 de mayo.
Hace 4 años, un 5 de mayo se murió mi papá. En la foto se lo ve chiquito. Esa es la galería de la casa en el campo en el que nací y viví hasta los 5 años. Ahí estábamos todo el día. Mi papá es el que tiene el pié sobre el murito.

A mi papá le gustaba trabajar y le gustaba que las personas cerca suyo, trabajaran. De chicos hacemos tareas simples. Después del desayuno hay que trabajar hasta las 10. Acá estoy lavando la cucha del perro. Lavo las paredes y el techo y después adentro. Adentro hay mucho olor a perro. No se si sirve lavar la cucha del perro, pero hay que hacerlo.

En el verano no nos vamos de vacaciones. Desde comienzos de diciembre hasta fines de marzo estamos ahí. En el campo hay que hacer miles de cosas. La gran amenaza es la naturaleza misma. El pasto crece, hay que cortarlo. Los caballos corren, hay que poner un alambrado para que no corran más. El agua se mete en la tierra, hay que poner un molino para que vuelva a subir a la superficie. Las vacas se lo toman, hay que hacer subir más. Y así.

En la foto le estamos dando de tomar la lecha a los terneros guachos. Se los llama guachos porque se los separa de la madre a las pocas semanas de nacer. La madre no les puede dar la leche, porque tiene que ser ordeñada. A los terneros se les da leche artificial. Para eso usamos unas mamaderas construidas de manera casera con un dedo de guante de latex puesto sobre un envase de lavandina. Al envase de lavandina lo enjuagamos bien antes de usar.
Todas las mañanas, bastante temprano, les damos de tomar la leche a 150 terneros. Cuando trabajo ya no me doy cuenta que estoy con un ternero. Como es algo que hago todos los días, se vuelve mecánico. Las cosas que me molestan, me molestan cada vez menos y las cosas que me gustan, me gustan cada vez menos. Todas las mañanas hay mucho humo que me entraba en los ojos. Todas las mañanas me rasco y pienso el humo de todas las mañanas. Los terneros se nos escapan y tengo que correrlos con las botas de goma altas puestas. Las botas pesan, pero yo no pienso en el peso de las botas, porque ayer las botas fueron igual de pesadas y mañana también van a ser pesadas. En el trabajo, la atención se vuelca hacia lo nuevo. Pero lo nuevo no es la novedad, con mayúscula. Ni yo ni nadie espera que de repente estos campos se expropien, o que los terneros se hagan la leche solos o que las madres muerdan los alambrados y vengan a recuperar a sus hijos. Lo nuevo que esperamos es algo ínfimo. Está en la frontera de lo imperceptible.
Trabajando en el campo en esa época me doy cuenta que el humo cambia de olor, dependiendo si le cayó o no rocío a la leña durante la noche; las hojas de los árboles dan cierto sonido al moverse, dependiendo de si sopla o no una brisa muy leve que viene del sur; los terneros reaccionan todos de manera un poco parecida pero en realidad muy diferente a los mismos estímulos, como si tuviesen algo así como personalidad.
Trabajando, haciendo todos los días lo mismo, me doy cuenta que hay algo así como niveles. Lo que es igual todos los días, queda como anclado en un primer nivel. Por encima de ese nivel hay un segundo nivel, el de lo nuevo. El segundo nivel sucede recién si se cumple el primero. Para que las diferencias se noten, las cosas tienen que ser siempre iguales.
En el trabajo tengo tiempos muertos en los que no hago nada. Por ejemplo: un ternero tarda unos 5 minutos en tomarse una mamadera. En ese tiempo no hay mucho para hacer. Eso se ve en mi cara. En la foto, parezco abstraído, puesto en un tiempo y lugar lejano.
Desde los 12 años más o menos, digo que quiero estudiar agronomía. El ultimo verano del colegio secundario mis compañeros del colegio alquilan una casa en un lugar de veraneo y me dicen si quiero ir. Como no me dan muchas ganas digo que no. Mi papá habla con un amigo suyo y consigue que vaya a trabajar a un campo muy grande que queda en Santa Fe. El campo se llama Las Taperitas. En ese campo se hacen los productos Ilolay. Ésta es la entrada.

El campo es grande y cuando llego nadie me da mucha bola. Los dueños no están y yo quedo ahí un poco solo. El encargado me pone a trabajar haciendo silo. El silo se hace en verano. Se corta maíz o sorgo o pastura y se la amontona. Para que la montaña tenga forma, hay que ir distribuyendo eso que se cortó con horquillas. Entonces: unas máquinas cortan el pasto y lo tiran arriba de camiones, los camiones lo traen y lo vuelcan, un grupo de hombres reparten el pasto con horquillas y van formando la montaña y, -por último-, un tractor lo va pisando. El paso del tractor es importante, porque le saca el aire a la montaña de pasto. Así, el pasto no se pudre, sino que fermenta lentamente. Para el invierno llega a un estado perfecto y para las vacas es como comer caviar. En esta foto se ve el silo y el tractor pasando por encima.

Y en esta se ven los camiones llevando el pasto.

El trabajo de la cosecha de silo en Las taperitas lo hace una empresa, empresita digamos. La manejan dos tipos bigotudos medio chantas. Para abaratar costos emplean personas que están terminando de cumplir sus sentencias en una cárcel provincial. Como les queda poco tiempo hasta terminar de cumplir con su condena, el estado les permite salir y trabajar. Seguramente les pagan dos pesos, pero los tipos aprovechan para mandarles algo de plata a sus familias.
El trabajo se hace en turnos de 8 horas y se trabaja las 24 horas. A veces tenemos que hacer dos turnos seguidos porque alguien se enferma. Esos días son 16 horas seguidas, sin parar. Los trabajadores sonríen cuando les anuncian horas extras o doble turno, porque eso significa un poco más de plata. Ese verano convivo por primera vez, con personas que estuvieron en la cárcel por robar o cosas más bravas. De las cosas que hicieron no se habla, me voy enterando de a poco, como por puertas laterales.
Nos divertimos mucho ese verano y pierdo para siempre esa imagen de ladrón=inseguridad. Mientras estamos parados arriba del silo, repartiendo el pasto con nuestras horquillas a veces hacemos silencio y no hablamos por horas. Es muy cansador trabajar ahí, porque la montaña de pasto es blanda y se te hunden las piernas al caminar. Estar en silencio es una manera de ahorrar energía. El silencio es parte fundamental del trabajo manual. Trabajamos y tomamos agua o nos mojamos la cara, la nuca, el pelo y volvemos a trabajar. Después de horas, de repente alguien comenta algo. Y eso que comenta, parece venir del más allá. Un perro que nace sin dientes, una persona que habla sin mover la boca, una heladera que un día no abre más y hay que tirarla, una comida exótica hecha con tierra, cualquier cosa. Ese verano conozco la exageración y la risa a la que conduce.
Una conversación empieza con algo simple, y un instante más tarde pega unas vueltas en el aire, gira y se convierte en otra cosa. Lo deforme muta, después se normaliza y enseguida se vuelve a deformar. Cuando pienso que se llegó a lo más alto, la conversación pega un nuevo salto y estamos flotando en el más allá.
Todo se hace desde el lugar donde estamos: la punta de un silo en mitad de enero con 40 grados de calor a la sombra. Sin el silo las cosas no significarían eso que significan. El silo es la fábrica de sentidos. Lo que lo vuelve absurdo es el marco, que hablemos de eso ahí. No hay ingenio real, no hay creación. Hay entender dónde estamos.
Hay uno que se llamaba Hugo, pero todos lo llaman El lagarto. Se escapó de varias cárceles y ya tiene cierta edad. Ese verano, El lagarto me enseña a fumar. Como si me ofreciera un lingote de oro, me convida alguno de sus cigarrillos, y nos sentamos en el techo del tractor a mirar las estrellas. Abajo nuestro todo vibra y hay tanto ruido que no escuchamos ni lo que dice el otro, pero igual estamos bien y el verano pasa rápido.
Antes de que todo termine, les quiero sacar una foto a mis compañeros de trabajo, -esos ladrones en sus últimos meses antes de volver a casa-, pero la idea no les gusta mucho. Ese día pienso que quizás es porque no quieren ser vistos. No todas las personas quieren ser vistas al parecer. Yo tampoco salgo muy sonriente en las fotitos. La desconfianza es un motor.



10 de mayo
Maxi trabajó conmigo en La fábrica y después en El trabajo industrial. Lo llamo por teléfono. Su voz es suave y habla con la cadencia de las máquinas con las que trabaja. Le pregunto si no conoce a algún ladrón. Me dice que sí. Me habla de un tal Romeo.
En la cárcel de Ezeiza hay un programa de psiquiatría. Un grupo de psiquiatras atiende a los internos las 24hs los 365 días del año. Me pasan el contacto de la persona que coordina las actividades. La llamo y le cuento. Me dice que vaya. Quizás puedo conseguir entrar a la cárcel con ayuda de la gente de ese programa. Los internos deben tener contacto con personas de afuera. Preguntas: cómo se comunican las personas que están adentro con las personas que están afuera. ¿Un preso llama a su mamá y le cuenta qué comió, qué le trajeron para el desayuno?
12 de mayo
Viaje a la cárcel de Ezeiza. La combi de los psiquiatras sale a las 8am. Es una traffic blanca con varios asientos. Voy en el último asiento. Desde ahí puedo mirar lo que pasa adelante. Un psiquiatra va comiendo una manzana. El otro se durmió. Otro va mandando mensajes.
La traffic tiene vidrios polarizados. Los psiquiatras van charlando de sus cosas. Después se tiran a lo largo en los asientos y se duermen. Desde el último asiento veo los pies que sobresalen de los asientos más cortos. Acá los dibujé.

A las 9.00 llegamos a la cárcel. La puerta de entrada es la protagonista de la escena. Por acá se entra y se sale.

Los psiquiatras caminan atravesando el playón de entrada. Los sigo. Nos acercamos a unas puertas laterales más chicas. Delante de esas puertas hay decenas de mujeres. Esperan poder entrar para ver a sus hijos, maridos, novios, amantes, amigos, hermanos. Hay perros, tirados en el piso, entre las piernas y los bolsos de las mujeres. Por un momento pienso que son los perros de los presos, que, -como cuando esperan enfrente del supermercado-, pasan años ahí mirando la puerta y oliendo a las personas que salen a ver si alguno es su dueño.
Las puertas laterales de la cárcel están entreabiertas y se parecen a cualquier puerta normal. Pasamos. Me piden documento. Caminamos por un pasillo bastante largo por el que sopla mucho viento. Al final hay una puerta que también está abierta. El pasillo es mi envoltorio. Casi al final, antes de llegar a la puerta, veo que hay unas puertas a los costados del pasillo. Son oficinas de los policías de la cárcel, los penitenciarios. Todos nos ven y nos saludan diciendo buen día. Pienso en los túneles que los internos cavan debajo de éste para escapar de acá. Llegamos a la puerta del final del pasillo y pasamos. Estamos adentro. El adentro es un espacio abierto, cercado por las paredes externas de la cárcel. Hay calles y veredas que comunican con los distintos pabellones que están más allá, dispuestos uno detrás de otro, con unos 50 a 70 metros entre pabellón y pabellón. No circulan autos, pero hay uno o dos estacionados. La primera construcción es una pequeña garita. Me acerco y veo que es un kiosko. Vende golosinas, yerba, azúcar, cigarrillos, gaseosas, sandwiches y empanadas. Compro algo. Me resulta extraño pagar, pero ¿no pagar cómo sería?
Sigo a los psiquiatras que me llevan hasta el pabellón en el que trabajan. Antes de entrar hay unas rampas que descienden. Un psiquitara me dice que se construyen para las ambulancias y otros vehículos. Los presos se lastiman bastante seguido, a veces durante las peleas, otras veces se hacen heridas a sí mismos. El psiquitara señala la rampa y dice: para que queden bien estacionados y se logre buena circulación. Para que algo se frene tiene que circular bien.
De nuevo estamos de pié frente a una puerta. Ésta no está abierta. Tocamos timbre. Escucho un chicharra, un sistema eléctrico que libera la traba. La puerta se abre. Entramos al pabellón y de nuevo pasamos por una oficina de penitenciarios. Todos nos dicen buen día. Después de la oficina, otro pasillo, esta vez pero no tan largo. Al final del pasillo veo la primera reja. Está abierta. Es parecida a las rejas que se ven en las películas. Blanca, con la pintura gastada. Llegamos a la oficina de los psiquiatras. Entramos. Hay un grupo de unos 5 o 6. Esperan a los recién llegados. Nos sentamos y enseguida nos convidan mate y medialunas. Hay buen humor. Después de unos minutos de charla personal, pasan a leer el informe: las cosas que sucedieron de noche, durante la guardia. Las voces de los internos me llegan a través de los psiquiatras. Mendizabal pide ver a su madre. Si no la podemos llamar nosotros; Tobal no duerme hace tres semanas. Tiene acidez. Le hice traer un vaso con leche porque no quería tomar nada; Galvez se siente acosado por Galindo. De nuevo pidió cambio de pabellón. Dice que ayer en el patio “le gruñó”. Los de la noche hacen sus bolsos y se van. Los de la mañana se preparan para el día.
Hablo con la jefa en una oficina aparte. Le cuento de la obra y le digo que no sé lo que vengo a buscar. Dice que tiene a una persona para presentarme. Se llama Hernán. En unos meses recupera su libertad. Termina la reunión y viene a buscarme uno de los penitenciarios. Me lleva a una sala. Hay una mesa y dos sillas. El penitenciario me dice que por las dudas me siente en la silla que está más cerca de la puerta. Me dice voy a traer a Ferrando. Ferrando es el apellido de Hernán. Lo que nosotros llamamos por el nombre, la justicia lo llama por el apellido. Despersonalización.
Mientras espero, miro por las ventanas. Todas están enrejadas. Entra Ferrando y me extiende la mano. Soy Hernán, me dice. Soy Gerardo, le digo. Hernán lleva el pelo engominado, una chomba rosa y un pullover azul arriba de la chomba. Prolijo, habla de manera pausada. Se sienta, enciende un cigarrillo y sonríe. En la combi de regreso a la ciudad, me duermo.
16 de mayo
De chico comparto la habitación con mis dos hermanos. Yo duermo arriba en una cama cucheta. La cama tiene unas maderas al costado, para que no me caiga en caso de girar dormido. Mi cama es una cueva. Si apoyo mi cabeza sobre el colchón, no puedo mirar hacia los costados, porque están las maderas. Abajo mío, duerme mi hermano y al costado nuestro, en una cama que se saca, mi hermano menor. Mi cueva queda dentro de esa otra cueva, -la habitación-, compartida con mis hermanos. Todas las noches antes de dormir, viene mi mamá a darnos un beso. Yo le pregunto si tiene planeado salir. Me da miedo que la casa quede sin vigilancia de noche. Mis hermanos se burlan de mi. De noche si me despierto, voy a la cocina a ver si mi mamá todavía está despierta. A veces la encuentro con la cabeza apoyada sobre la mesa, dormida sobre sus cartas, las cosas que escribe, las que prepara para sus clases en la escuela. Si la despierto con la mano, se asusta. Ella cansadísima y yo insomne, nos metemos en su cama y nos dormimos.
Cuando mi papá duerme en casa me da vergüenza ir a la cama de mi mamá. Esas noches uso un truco para que, -en caso de que entren ladrones a la casa-, no puedan encontrarme. El truco consiste en cerrar un ojo y poner el dedo gordo enfrentede mi cara. Me escondo detrás de mi dedo. Hay que probarlo. A mi en esa época me funciona.


26 de junio
Segunda visita a la cárcel de Ezeiza. Hernán está incomodo hoy. No sabe qué quiero. Le digo que todavía no sé qué forma va a tener la obra. Cerca de Hernán en la incertidumbre.
La cárcel dirige mi mirada. Cuando Hernán dice la palabra fósforo la escucho como entre comillas. Escucho “fósforo”. Lo mismo sucede con la palabra cuchara, o con alambre o con cualquier otra palabra. La cárcel, el edificio, la institución, agrega algo a lo que decimos. Cuando haciá La fábrica pasaba lo mimso. El trabajo nombrado dentro de la fábrica es “trabajo”. La arquitectura es un marco. Se construye para hacer visible algo. La cárcel construye la figura del ladrón. La obra toma lo entrecomillado y lo transporta al museo, al espacio de arte. Sólo me interesa lo manufacturado, lo tocado por la cultura, lo ya reciclado, lo ya cubierto por sentidos. Cero interés en la naturaleza, en la materia prima.
27 de junio
Encuentro con Luciana Lamothe. No sobra nada y no parece faltar nada.
Pienso en la palabra código. La regla es lo escrito, el código, lo dicho. Si se cambian las reglas, hay que notificar, hay que hacer saber por escrito. Si cambia el código, nada cambia. Todo es igual, y sin embargo no. Una obra con las mimsmas reglas, pero con cambio de código.
28 de junio
Código. No pensar en nada nuevo para la pieza. No hay cambio de ley, pero sí, cambio de código. Todas cosas que ya exixten, pero trastocadas.
29 de junio
Hernán me pasa un teléfono. Es el número de El largo, me dice. Llamalo de mi parte. Yo lo llamé. Le dije que lo ibas a llamar. ¿Quién es? le digo. Un amigo, me dice. Lo oral como forma de hacer las cosas.
4 de agosto
Encuentro esta foto en la calle. Me sorprende la rusticidad de la ley. Un cartel escrito a mano. Un espacio que podría ser un living comedor. El ladrón se encuentra no con La ley en mayúsculas, sino con la ley en minúsculas, armada con lo que hay, una ley que un poco arma él, con lo que lleva. ¿Es mucho decir que el ladrón se arma la ley?


12 de agosto
Encuentro con Hernán en Ezeiza. Hablamos sobre los distintos trabajos que tuvo antes de empezar a robar. Todo se une en un continuo. No parece percibir la cárcel. En chomba y con el pelo engominado parece estar en una entrevista de trabajo. Lo llamo al largo. Voz grave y respiración de fumador. Arreglamos para vernos.
Barrios que no conozco. Quiero tener un helicóptero y una bolsa de domir llena de víveres.
13 de agosto
Cita en la casa del largo. Vamos en colectivo con Juli. En el camino lo llamamos por teléfono pero no atiende. Vamos igual. Vive en un barrio en las afueras de la ciudad en la planta baja de un edificio de monoblocs. Llegamos pero no está. La mujer dice que lo estuvo buscando. El largo tiene puestas cámaras de seguridad en la puerta de entrada. La mujer dice que casi nunca está en la casa, que se la pasa en la calle. Con los amigos, dice. La familia es la ley, lo férreo, lo escrito con sangre. Los amigos son el código, lo armado, lo puesto en común, el acuerdo. Como a la hora llega el largo. Le dicen Largo, porque es alto, mide más de dos metros. A pesar del frío, está en remera. Le pregunto si tiene frío y me dice que no. Juega del Potro. Vemos el partido en la televisión y conversamos. Le pregunto si le puedo sacar una foto y no me responde. Le saco. Después miro la foto en casa. Se ve el reflejo de la tele en sus ojos. No preguntar todo, sino hacer. Código.
17 de agosto
Maxi me pasa el contacto de su cuñado Romeo. Romeo estuvo varios años preso. Me dice que lo llame. Lo busco en FB y encuentro esto.

1 de septiembre
El carterista se muestra un par de veces en la galería. No estoy conforme con el resultado. Falta precisión. Descubro el problema de la precisión más acá que en las piezas dedicadas al trabajo. A diferencia de La fábrica en la que los trabajadores responden al tiempo preciso de la máquina, acá la máquina no existe, o es otra cosa. Si la transmisión desde Toc Toc no es precisa, la obra no se cuenta; si el tiempo de viaje es demasiado largo y hay que estrirar la obra para que pegue con el comienzo de Toc Toc, hay algo que estamos haciendo mal. En el trabajo la máquina está ahí, en el robo estoy solo.
Pienso en El largo. Es alto y su cabeza sobresale. Julieta lo llama para arreglar un segundo encuentro. No atiende su celular. Sí, atiende su mujer. La mujer del Largo es como su secretaria, pero no es su secretaria. Ella no se entiende a sí misma como tal, no se pone en ese rol. Le atiende los llamados a contrapelo. Atiende puteando, pero con onda. Dice que El largo llega a la noche. Fue a hacer alguna entrega, dice. Es muy vago el relato. No se entiende. Tiene un camión de flete, o maneja un camión de flete. O tiene partes de un camión de fletes. Pienso en las partes, en esa vaguedad. Relatos vagos. No duros y claros, sino vagos, neblinosos.
12 de septiembre
Julieta trata de hablar con El largo. De nuevo la mujer. Es dificil entender dónde está él. Ella misma parece no entenderlo del todo. Pareciera que le ofrecen unas suplencias como guardia de seguridad en una empresa. Parece que estaba haciendo una entrega y le ofrecen eso y se quedó. El relato del largo, -no el que me cuenta a mi, sino el que genera para todos, incluso para su mujer-, es un relato sin causa ni efecto. De un punto pasa a otro. No hay una idea de continuidad. La forma de ese relato me hace acordar a la infancia. Estoy acá y después allá. Schwups! Pasé y ni yo sé cómo!
19 de septiembre
En la cárcel con Germán. Hoy lunes, comienzo de semana. Los fines de semana son difíciles. Quieren salir. Acá salir es doblemente salir. Salir de ahí y salir, salir a bailar, ir a tomar algo. Los lunes se nota el trabajo de ser preso. Trabajan de eso todo el tiempo. Los lunes son lunes también para ellos.
Lo llamo a Romeo, el cuñado de Maxi. Arreglamos vernos.
20 de septiembre
Lugares. Pienso en los espacios en los que me asaltaron. Una esquina en Almagro, de noche. Yo con Rodrigo. Cruzando la calle, un tipo para la moto y nos pregunta por una calle con un nombre que no entendemos. Algo nos atrae y ya estamos adentro. Después viene el asalto. El tipo actúa tener un arma y nos amenza. Nos asustamos y entregamos billeteras y celulares. El lugar es amplio. El está sentado en la moto. Correr es fácil, pero no se nos ocurre. Es como si el tipo cerrara el lugar, arma en lo abierto, lo cerrado. Lo relaciono un poco con esos tipos que hacen teatro en Florida y Llavale. Claramente hay un escenario circular funcionando acá. No sé bien qué es el centro, pero me parece que son nuestras billeteras y celulares.
Saqué esta foto en parque Rodó, Montevideo. En lo circular hay centro.
22 de septiembre
La cárcel vuelve con claridad sobre ese mito hombre-mujer. Hombres adentro, mujeres afuera.
24 de septiembre
Relación del ladrón preso con la espera. El preso espra salir, los de afuera esperan al preso. Lugares que el ladrón deja en espera: una casa, una familia, un trabajo. Pienso en el regreso a la cosa que espera. El regreso.
16 de septiembre
Encuentro con Romeo en Maipú y otra, Vicente López. Caminamos hasta la costa del río. En la costa nos sentamos sobre unas rocas y miramos el agua. Me cuenta de sus años como ladrón. Le gustan las armas. Nada me convoca mucho. Pienso en ese texto de Kafka sobre los troncos de los árboles que en la nieve parecen móviles, pero no lo son, que están agarrados y que también eso es sólo aparente. No sé por qué pienso en eso. Kafka es para mi alguien del pasado y alguien de Praga. Praga y Kafka son ideas. Ambos entendieron eso. Tanto Praga como Kafka. Tanto el ladrón como el actor saben esto: las ideas nunca son cosas.
18 de septiembre
El largo desaparece. No responde el teléfono. La mujer no sabe cuándo vuelve, ni cuando se va. No hay estrategia ahí. Hay que estar en movimiento.
Pienso en mi infancia en el campo. Movimiento sí, pero con la tierra firme debajo de los piés. El dueño de la tierra pisa su tierra. La tierra no se va, no se evade. No hay ahí. Ahí es en todos lados. El largo no tiene ahí, lo busca. Se mueve.
En Ezeiza. Germán está detenido. No puede moverse. No es ni dueño de la tierra que hay debajo de sus piés, ni puede salir de ahí. Aceleración en la salida, pienso. Tropiezo.
13 de octubre
Un disco de Morton Feldman. Feldman es un problema de escala. El ladrón como lo sin escala. De nuevo la idea de lo infantil.

Actores. No sé a quién llamar. Pienso en actores de Buenos Aires y no se me ocurre ninguno. Se me hace que los actores de Buenos Aires están demasiado cerca de los canales de televisión. Cada tanto resbalan hacia el interior de los estudios y salen como mojados.
18 de octubre
Conversación con Dani Elias por Skype. Vi a Dani una sola vez en vivo. El resto de las veces lo vi en películas. Verlo por Skype es como verlo en una película filamada con una cámara de mala calidad.
Dani vive en mi casa en el tiempo en el que estoy de gira con La fábrica. En algún momento en el que paso por Buenos Aires, lo conozco. Vamos a ver algo a la di Tella y después a comer. En la di Tella, Dani toma vino todo el tiempo. En ese rato que estamos ahí, Dani habla poco y toma mucho vino. Ese día en la di Tella, pienso en nosotros trabajando en el silo. Dani pone a prueba los límites del contexto. Lo hace con una acción, -la de tomar vino todo el tiempo, de pié, de sentado y caminando-. En los espacios de arte, los días de las inaguraciones, se toma vino. Es decir que el contexto acepta esa acción. Pero Dani no para. Compra otro, lo mete debajo de un poncho que usa, camina, fuma, convida, hace mínimos brindis, se vuelve a ir. Con la insistencia de su acción, aparece el marco, la Universidad de Arte, la institución. Es como nosotros haciendo silo. Es gracioso porque se dice ahí, se dice repitiendo esa acción. Dani sabe eso.
Durante el Skype, me manda fotos al celular. Las vías de comunicación se multiplican. Hay vida subrepticia.
20 de octubre
En la cárcel de Ezeiza. Charla con Germán que se la pasa fumando. Pero parece que fuma otro, no él. Él, de movimientos quietos, mirada pausada, no parece fumar. Fuma alguien que está en la cárcel. Me dice: No se roba una sola vez. Robar es a partir de dos. Leo en mi diario, la entrada del 12 de marzo 2015 en la que le robo dos veces la imagen a una señora en la Biblioteca Nacional.
1 de noviembre
Encuentro con Giusti en el Bar Roma. Llega con alguien al que presenta como su amigo, pero nos damos cuenta que es un guardaespaldas o alguien que está con él. Desde que salió de la cárcel, se dedica al negocio de la música. Su hijo es nr 2 en Chile con una canción que nos muestra en youtube. La canción, -un reggeton jóven- no está muy buena y me parece que a Giusti le da un poco de vergüenza, pero tampoco tanto.
A la media hora de charla bautiza a Juli como la griega. Practica la conquista, la fundación. Giusti es puro avance. Puro ir hacia adelante. Él domina la charla. Él interrumpe. Él paga. Lo que lo desestabiliza es no tener el control.
Ladrón como forma de instaurar un orden en un territorio nuevo.
5 de noviembre
María, lee de un tipo que estuvo varios años en la cárcel, hizo un corto y, -una vez de nuevo en libertad-, viajó a varios festivales. Llama al diario, pide hablar con el periodista que le hizo la nota y le pide el teléfono de Mario. Me encuentro con Mario en un espacio que armó él, en una villa. En ese espacio se hacen actividades recreativas, ayuda escolar, meriendas, etc. Mario me cuenta de sus años en la cárcel. En un momento nos subimos a una montaña de tierra que hay ahí enfrente del lugar que dirije. Desde ahí arriba, se ven los techos de las casas. Me dice que quiere armar un anfiteatro ahí, puesto en la ladera de la montaña de tierra. Butacas mirando el barrio desde arriba. Los actores actuando en el techo de su espacio, justo ahí abajo. Mario parece reciclado, parece haberse auto-reciclado. Mario me pasa el teléfono de Hernán. Y de Waldemar.
8 de noviembre
Me encuentro con Hernán. Nos encontramos en un bar racionalista del conurbano. Le saqué esta foto en el bar. Llega en moto y se rasca los ojos, como alguien que recién se despierta. Dice que le hicieron una cama y que por eso cayó preso. Estuvo por narcotráfico. Hablamos de comida. Dice que su comida favorita son las albóndigas. Yo me invito a comer a su casa. Obvio que está todo bien. Facilidad para incorporar. No existe el no. Hernán toma un café con leche y come dos medialunas. Ultimos días fríos del año. Delante suyo está el verano. Los dos lo sabemos y no decimos nada.
10 de noviembre
Waldemar. Todos le dicen Wali. Segundo encuentro en su casa. Wali dice que pudo escapar de la villa. Su casa queda a una cuadra de donde empieza La cárcova, que es, -dice él-, la villa más grande de Latinoamérica. Todo el tiempo me habla de lo que significó estar preso, su marca identificatoria es esa. El ladrón encunetra al salir de la cárcel su identidad en el haber estado preso. La identidad tumbera. Hay, creo, en esa estigmatización una traba. Con Wali estamos incómodos en su casa. Estamos sentados a su mesa, como trabados. Quiero irme de ahí, aflojar eso. Le propongo que me acompañe a la estación. De su casa a la estación hay como 40 cuadras. En el camino, la cosa se ablanda. Saludamos a la gente que pasa. En el trayecto decido que Wali va a actura en la obra. Hay que esperar que se afloje lo que se tiene que aflojar. ¿Qué tipo de actor será? Hay algo que no voy a decirle nunca. Si algún día se publica esto lo voy a borrar.
La foto se la saco otro día, en el espejo en el baño de mi casa en Once.

11 de noviembre
Encuentro una foto de un túnel que saqué una vez volviendo de Uruguay. La sensación de caminar entre otros.
15 de noviembre
Atento a una frase que Luciana Lamothe repite todo el tiempo. Hay que probar.
22 de noviembre
El largo me llama por teléfono. Dice que lo disculpe por no llamarme antes. Le digo que no se preocupe, que yo sabía que me iba a llamar. Cuando corto pienso que yo sabía que el largo me iba a llamar. El ladrón como ingeniero sin plan, ingeniero de la confusión y el desorden. Pero ingeniero.
23 de octubre
Vuelvo a verme con Romeo. De nuevo caminamos desde la avenida hasta la costa del río. Pasamos por casas bonitas, chalecitos que miran hacia la calle desde atrás de rejas, alambrados, algunos electrificados, otros no. Pienso en lo que piensa. Romeo me mira. Piensa en lo que pienso. O yo pienso que piensa en lo que pienso. En la costa. Cerca nuestro los barcos, los veleros. Romeo me cuenta asaltos. Me cuenta que cuando entran a una casa y hay una persona, sacan comida de la heladera de esa persona y se la tiran en la cara. Lo que asusta es lo propio. El miedo soy yo.
Romeo pide un helado de agua. De frutilla dice. Le pasa la lengua y me mira y sonríe. Tiene unos dientes enormes y una sonrisa grande. El sol se clava en la punta de una tabla de wind surf.
Atracción de la mente del ladrón. Todo está en la mente. Comprar libros de autoayuda, libros sobre el control de la mente.
24 de noviembre
De Pedro primero me pasan su libro. Se llama Mi vida como ladrón. Acá una foto de su libro en venta en mercado libre. Lo leo en una tarde. De Pedro escucho primero su voz en el libro y después su voz en la realidad. Es lo mismo que pasa el día que escuché la voz de los presos, primero en el informe de los psiquiatras, después en la realidad. Pienso en la anticipación de las voces. Saber algo de alguien, escuchar su voz, antes de verlo. La voz de Pedro, la voz del libro de Pedro, es distinta a la voz del ladrón, así como la dan a conocer los medios. Lo más importante de la pieza es la voz. Qué hablen.

8 de mayo 2017
A Pedro le dicen Bambi. Dice que vio la película más de treinta veces. Cuando estaba en la cárcel un amigo tenía un DVD. En el ensayo le pregunto si me quiere mostrar el Bambi que tiene tatuado en la espalda. Me lo muestra. Le propongo ir a Sierra Chica, a la cárcel en la que se hizo el tatuaje del Bambi. Me dice que sí. No tengo un plan muy claro. Vamos en su auto con Dani y con Juli. Son más de 400 kilómetros. Bambi mira todo. Comenta, pero a veces no comenta. Hay cosas de las que no dice nada. Trato de entender su sistema para hablar o hacer silencio.
Cuando llegamos nos sentamos en un restaurante. Pide vino. Bambi nos cuenta del día que salió de la cárcel. Nos cuenta de las personas que vio después de tantos años de estar preso. Salimos del lugar de comer. Las caras de las personas en la calle. Sacamos fotos de las personas que pasan. Reconstrucción, pero claramente falseada. Anti-reconstrucción. Anti-historia.
Vamos hasta la cárcel. Queda a unos 40 km de Olavarria, en mitad de la nada. Los muros son de piedra y son negros. Desde las garitas arriba de los muros, nos miran con largavistas. Ven movimientos sospechosos. Bambi dice que nos pueden detener. Le pido que se saque la camisa. Hacemos esta foto.